Las telas tenían sus días. A rayas, de lunares, de un solo color, jaspeadas, con texturas... Podías encontrar las que quisiera, pero al final sola una o en algunos casos, varias, serían las elegidas.
La aguja hacía su trabajo sin inmutarse, no podía quejarse, era una mas. Eran un equipo. Aunque sin alguien que la cogiese para atravesar las telas y llevar los hilos, estaba pedida. Y eso es lo que pasaba cuando el modisto se iba a dormir. Cada uno pasaba a su rincón, a su huequecito dentro del atelier. Pero durante el día... Eso era otra cosa! En cuanto el sol entraba por las ventanas y aparecía el, todo cobraba vida y como si un cuento se tratase, empezaban un nuevo vestido. Erase una vez...
Continuara...